Wednesday, January 20, 2010
Friday, January 1, 2010
Welcome the new year @ FIX University "Bullfighting on Campus
¿Dónde hay un toro bravo?
Bull Fireworks Are Illegal
Tengo los ojos y el alma de aficionado cargados de animales descastados. Esto es peligroso. Esto se puede cargar el espectáculo.
La mansedumbre, la falta de casta, de movilidad buena, de embestida, de emoción, de duración, de tantas y tantas cosas necesarias, convirtió la corrida de Juan Bernardo Caicedo en el aguafiestas de una tarde plantada para apoteosis.
Pero sin toros nada es posible. Sin toros todo queda falseado y nos arroja a los brazos del esfuerzo de los toreros. Pero encima, la corrida tan hueca, con tan poca clase, estuvo muy mal presentada. Como mucho se puede salvar un par de toritos.
Pero hubo algunos, uno en cada lote, y para muestra ese bichejo sexto, que eran de novillada sin caballos por su falta de trapío, de seriedad, de cuajo, de autenticidad.
La borreguez de la corrida, la falta de calidad y emoción —y lo siento por Juan Bernardo Caicedo, por el que tengo el máximo afecto y respeto— se llevó la tarde a las cuerdas del sopor. Y mira que es difícil que Castella con tres toros no corte en Cali media docena de orejas. Pero incluso a Castella se lo pusieron muy cuesta arriba, y sus dos primeros animalejos nunca le dieron facilidades, sin repetición, sin finales, sin embestir por abajo.
Castella es francés, polaco por madre y valenciano por padre, pero Castella es el más colombiano, el más caleño de los que no han nacido aquí. Pero lleva esta tierra en el corazón y aquí ha tenido y tendrá, ojalá que sea hoy, tardes para la historia y para el recuerdo. Ha hecho todo y más. Se inventó muletazos a toros parados, a animales mansos que echaban la cara a los cielos y buscaban los chiqueros desesperadamente. Una oreja en el quinto no pudo ser bálsamo suficiente para quien está acostumbrado a la abundancia. Y ese quinto parecía que al fin iba a embestir, un toro de verdad. Mas bastó una serie por abajo, la mejor, buena y honda, y a partir de ahí el toro se extenuó, tiró la toalla, se rajó y la única bravura corría a cuenta de Sebastián.
Al final de esta tragicomedia de animales que se dicen toros, y sin un remedo escalofriante de lo que debe ser un animal bravo, el casillero del mano a mano fue Castella uno, Bolívar cero.
Un final tan cicatero como frustrante. También para Luis que está hecho con el toro y que ayer anduvo como Diógenes buscando un toro bravo con el candil de la desesperación. Sus tres toros, palmo arriba palmo abajo, estaban cortados por el mismo patrón. Embestidas cortas, mansedumbre, escasa duración, caras arriba, el revés de lo que se desea. Y como la historia está escrita, si no hay toro no hay ni verdad, ni fiesta, ni triunfos, ni alegría, ni ganas de aguantar tanto desencanto.
Porque Luis es capaz de matar el toro del aguardiente en Madrid y demostrar que es un torero de verdad, pero con la borrica, ni él ni Cúchares, que volviera. Tres animalejos para Bolívar y ni una triste oreja.
Y llevamos ya tres corridas de toros, o lo que sea, y una novillada. Tengo los ojos y el alma de aficionado cargados de animales descastados.
Esto es peligroso. Esto no es una broma. Esto se puede cargar el espectáculo. Por eso pregunto, harto de ver tanto sucedáneo horrible: ¿dónde hay un toro bravo? Por favor, búsquenlo, y si encuentran seis, se borrará algo el rictus de tristeza y cabreo que nos invade. Estoy harto de estas burras con cuernos. Bueno, algunas con cuernos y otras ni eso. A ver si acaba esta plaga.
Bull Fireworks Are Illegal
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Tengo los ojos y el alma de aficionado cargados de animales descastados. Esto es peligroso. Esto se puede cargar el espectáculo.
La mansedumbre, la falta de casta, de movilidad buena, de embestida, de emoción, de duración, de tantas y tantas cosas necesarias, convirtió la corrida de Juan Bernardo Caicedo en el aguafiestas de una tarde plantada para apoteosis.
Pero sin toros nada es posible. Sin toros todo queda falseado y nos arroja a los brazos del esfuerzo de los toreros. Pero encima, la corrida tan hueca, con tan poca clase, estuvo muy mal presentada. Como mucho se puede salvar un par de toritos.
Pero hubo algunos, uno en cada lote, y para muestra ese bichejo sexto, que eran de novillada sin caballos por su falta de trapío, de seriedad, de cuajo, de autenticidad.
La borreguez de la corrida, la falta de calidad y emoción —y lo siento por Juan Bernardo Caicedo, por el que tengo el máximo afecto y respeto— se llevó la tarde a las cuerdas del sopor. Y mira que es difícil que Castella con tres toros no corte en Cali media docena de orejas. Pero incluso a Castella se lo pusieron muy cuesta arriba, y sus dos primeros animalejos nunca le dieron facilidades, sin repetición, sin finales, sin embestir por abajo.
Castella es francés, polaco por madre y valenciano por padre, pero Castella es el más colombiano, el más caleño de los que no han nacido aquí. Pero lleva esta tierra en el corazón y aquí ha tenido y tendrá, ojalá que sea hoy, tardes para la historia y para el recuerdo. Ha hecho todo y más. Se inventó muletazos a toros parados, a animales mansos que echaban la cara a los cielos y buscaban los chiqueros desesperadamente. Una oreja en el quinto no pudo ser bálsamo suficiente para quien está acostumbrado a la abundancia. Y ese quinto parecía que al fin iba a embestir, un toro de verdad. Mas bastó una serie por abajo, la mejor, buena y honda, y a partir de ahí el toro se extenuó, tiró la toalla, se rajó y la única bravura corría a cuenta de Sebastián.
Al final de esta tragicomedia de animales que se dicen toros, y sin un remedo escalofriante de lo que debe ser un animal bravo, el casillero del mano a mano fue Castella uno, Bolívar cero.
Un final tan cicatero como frustrante. También para Luis que está hecho con el toro y que ayer anduvo como Diógenes buscando un toro bravo con el candil de la desesperación. Sus tres toros, palmo arriba palmo abajo, estaban cortados por el mismo patrón. Embestidas cortas, mansedumbre, escasa duración, caras arriba, el revés de lo que se desea. Y como la historia está escrita, si no hay toro no hay ni verdad, ni fiesta, ni triunfos, ni alegría, ni ganas de aguantar tanto desencanto.
Porque Luis es capaz de matar el toro del aguardiente en Madrid y demostrar que es un torero de verdad, pero con la borrica, ni él ni Cúchares, que volviera. Tres animalejos para Bolívar y ni una triste oreja.
Y llevamos ya tres corridas de toros, o lo que sea, y una novillada. Tengo los ojos y el alma de aficionado cargados de animales descastados.
Esto es peligroso. Esto no es una broma. Esto se puede cargar el espectáculo. Por eso pregunto, harto de ver tanto sucedáneo horrible: ¿dónde hay un toro bravo? Por favor, búsquenlo, y si encuentran seis, se borrará algo el rictus de tristeza y cabreo que nos invade. Estoy harto de estas burras con cuernos. Bueno, algunas con cuernos y otras ni eso. A ver si acaba esta plaga.
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Los trastos y herramientas usadas por los banderilleros son: el capote de brega, las banderillas y la puntilla
Es el más antiguo de los trebejos toreros, utilizado ya cuando el toreo era de Plaza Mayor. La capa se volvió herramienta torera en manos de los chulos y auxiliadores de maestrantes y otros nobles ancestros del actual rejoneo.
De la época remota del toreo a caballo -donde se "alancean" los toros- le viene a las suertes de capa denominarse "lances", y "lancear" a la acción de ejecutarlas. En la época actual son más rígidas que nunca lo fueron, sobre todo las utilizadas por los banderilleros, que parecen de tieso cartón.
Es un utensilio de color ciclamen (rosa intenso), normalmente con forro amarillo, aunque cada vez son más frecuentes el morado o el azul turquesa.
Extendido tiene la forma de un sector circular de 270º, provisto de esclavina, cuyo radio oscila, según los tamaños, entre 1,12 y 1,20 metros. El tamaño depende de la altura y la envergadura del banderillero. También, sus gustos personales.
El capote lleva en su parte delantera un añadido llamado esclavina.
Descendiente del antiguo rejón, la banderilla -también llamada "garapullo" o "rehilete"- comenzó a utilizarse en la primera mitad del siglo XVIII; en los tiempos de Francisco Romero, tronco fundacional de la célebre dinastía de los Romero de Ronda, que alcanzaría su cenit en la figura de su nieto, el gran Pedro Romero. Por entonces se clavaban de una en una. Como tantas otras cosas ignoradas del toreo, se atribuye el invento de ponerlos de dos en dos al Licenciado de Falces; aunque, en rigor, lo único que cabe asegurar es que ya se ponían así a finales del siglo XVIII.
Existen hoy día tres tipos diferentes, aunque sólo uno se recoja en el Reglamento.
La banderilla clásica es recta y de madera resistente, de haya o fresno, de una longitud de palo no superior a los 70 cm. y de un grosor de 18 mm. de diámetro. Introducido en un extremo estará el arpón, de acero cortante y punzante, que en su parte visible será de una longitud de 60 mm., de la que 40 mm. está destinada al arponcillo, cuya anchura no podrá exceder de 16 mm.
Actualmente son aceptadas por la Autoridad otros dos tipos de banderillas; innovaciones que convergen a una misma finalidad: evitar en lo posible los graves percances a que han dado lugar las banderillas tradicionales, erigidas en muchos casos en un auténtico "tercer pitón" del toro.
Los modelos aceptados son el de las banderillas metálicas telescópicas de Manolo Sales y las andaluzas denominadas "de palos caídos".
- El modelo telescópico de Sales es el más vistoso de todos por una sencilla cuestión: tiene un mecanismo mediante el cuál al clavar la banderilla y tras ser soltada por el subalterno, desprende por la parte alta un buena porción del palitroque, quedando completamente hueco, pero a la vez conservando esa verticalidad primitiva, resultando más vistosa y aparente.
- Por otra parte, el modelo andaluz es bastante menos lucido a los ojos del espectador, pero quizás sea más eficaz. El mecanismo resulta mucho más sencillo, puesto que la terminación del palo, antes de que el arpón se prolongue hacia fuera, queda completamente partido tras clavar y soltar el peón la banderilla. El resultado final es algo menos vistosa pero sí efectivo, a fin de que el matador no sea golpeado o tropezado a destiempo por el palitroque.
Son descendientes desde 1950 de las detonantes banderillas de fuego, que, a su vez, sucedieron en la primera mitad del siglo XIX a los perros de presa con que antaño se castigaba a los toros que no cumplían el mínimo de varas reglamentarias.
El Reglamento de 1928 -el que implantó el peto- prohibió las banderillas de fogueo, sustituyéndolas por un airón negro que cubría la cabeza del toro en el arrastre. No obstante, fueron restituidas dos años después hasta ser abolidas de nuevo y definitivamente, en 1950.
Hoy son banderillas de castigo destinadas a las reses que resultan mansas en el tercio de varas. De éstas sólo existe el tipo tradicional.
En su parte visible el arpón de ésta es 2 cm. más largo que el de la banderilla común; esto es, mide 8 cm., y su ancho es de 6 mm. La parte del arpón de la que sale el arponcillo será de 61 mm., con un ancho de 2 cm., y la separación entre el terminal del arponcillo y el cuerpo del arpón será de 12 mm. Las banderillas negras tendrán un palo cubierto -dícese "vestido"- con dos franjas de papel picado de color negro y otra central blanca de 7 cm de extensión.
La puntilla se adelanta a la mayoría de las herramientas del toreo a pie, por ser utensilio de matarife. Ya recoge su empleo taurino la "Tauromaquia", de Pepe Hillo y más tarde la de Montes. Salvo variación en las medidas, siempre ha guardado las formas de la actual.
También denominada "cachete". Sirve para rematar al toro, y es un puñal de unos 35 cm. de largo, mitad mango de madera, mitad hoja metálica, que es un cilindro de acero de unos 23 mm. de diámetro, terminado en una lancetilla para facilitar su introducción.
Está prohibido usarla antes de que caiga el toro por efecto de la estocada o el descabello. También puede utilizarse, previa autorización del Presidente, si el toro, por cualquier causa, ha caído durante la lidia y resulta imposible entrar a matar o sacarlo del ruedo mediante los cabestros.
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